06 diciembre 2007

Educar, educación, instrucción

Se ha armado un tremendo revuelo a cuenta del informe Pisa, que relega la educación en nuestro país a un triste lugar. No me extraña nada, yo como padre de un adolescente vivo el problema educativo en primera persona.
Hace unos siete años se inauguró otro instituto de secundaria en mi localidad. El flamante edificio acoge a unos quinientos alumnos en aulas de unos 30 metros cuadrados, a razón de 28 por clase. No hace falta ser muy listo para comprender que con el espacio disponible, veintiocho adolescentes poco motivados y hacinados en un cuartucho de mala muerte, los profesores se las ven y se las desean para lograr el ambiente adecuado para el aprendizaje.
Segundo problema, con lo degradada que está la valoración social de los profesores, solamente se dedican a ello dos tipos de personas: las que vocacionalmente sienten esa inclinación y los licenciados que no encuentran trabajo de su especialidad en la empresa privada. Los primeros son un ejemplo de abnegación en las clases, los alumnos generalmente los respetan; los segundos intentan imponerse por la fuerza a unos adolescentes cuya principal cualidad es el rebelarse contra las imposiciones (añadamos que muchos de los profesores son mujeres y aunque no lo confiesen tienen miedo físico frente a unos chicos de 1.80m y voz de gallo).
Además las administraciones han olvidado la formación profesional, entre otras cosas por que es cara.
Esos y no las familias, que como toda la sociedad tienen su parte de culpa, son los problemas de la educación. Y se resuelven con dinero y con voluntad política.


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